Pero la depresión no es algo que aparece de la nada en contra de la voluntad de cada individuo. De esta la persona es totalmente responsable pero no consciente de ello, ya que es preferible creer que es una enfermedad que les da a las personas por culpa de una situación que es ajena más no porque esa fue la manera en que eligió responder a su vivencia.
En la discapacidad aparece una situación importante y es la responsabilidad del individuo para asimilar su nueva condición que todos sabemos que es nacer de nuevo cuando la discapacidad es adquirida, o asimilar una condición de diferencia en la manera de realizar rutinas diarias con respecto a las personas que no tienen discapacidad refiriéndome a las personas que nacen con ella. En este sentido, la depresión aparece como una forma extrema de la persona de rehuir su responsabilidad, o sea, la responsabilidad propia de encarar lo que le sucede y aceptarlo. Así las cosas, el depresivo no actúa si no que vegeta, es como si estuviera más muerto que vivo, lo que llamamos muerto en vida. Pero a pesar de su negativa a encarar activamente la vida, a través de los sentimientos de culpabilidad sigue teniendo que afrontar la responsabilidad solo que de forma dañina para su sí mismo.
También la agresividad es otro aspecto que aparece en la depresión de la siguiente manera: la agresividad que no es conducida hacia el exterior, se vuelca hacia sí mismo y se vivencia en el interior del ser humano convertida en dolor corporal y/o emocional (esta acción es llamada retroflexión)
Entonces, la persona deprimida retroflexiona su expresión o la vuelve hacia sí mismo, al no poder manifestar su insatisfacció
Es por ello que siempre va a ser mejor hacerle frente a la discapacidad aceptándola y asumiéndola ya que evitarla sugiere mayor energía y esfuerzo que al final termina acabando con la persona.
Muchos de nosotros hemos llegado a considerar como un signo de debilidad mostrar que nos sentimos deprimidos. En consecuencia, tendemos siempre a combatir esa sensación. Nuestras actitudes hacia la depresión suelen proceder de un acondicionamiento desde la infancia. Sin que importe lo que nos está molestando, se espera que sigamos sonriendo y de buen talante, y nos sentimos obligados a seguir estos patrones nada realistas. Esto hace todo más difícil cuando nos vemos envueltos en una situación traumática, una situación en la que probablemente nos retiraríamos a un mundo de fantasía, si no sintiésemos un cierto grado de depresión.
Algunas sociedades reconocen que la enfermedad y la tristeza son una parte de la vida, en la misma medida que la felicidad y la buena fortuna. Nuestra sociedad parece que no quiere saber nada de eso. La tragedia se esconde bajo la alfombra, sin reconocerla como una experiencia humana vital y corriente.
Las personas discapacitadas tienen que pagar un alto precio por esta actitud. Tienen que soportar a la vez sus sentimientos de desesperación y su incómoda convicción de que estas emociones son algo innatural. Si consideramos las muchas razones que hay para estar deprimido, aceptaremos que una persona con la desventaja adicional de una incapacidad no necesita luchar para permanecer inmune; especialmente si su incapacidad es progresiva o sometida a avances y recaídas alternativos; o si le ha sobrevenido de repente, transformando de un golpe a un individuo de movimientos libres en un inválido incapaz de mover ni los dedos de los pies. Incluso los que nacieron con enfermedades físicas tienen que aprender a aceptar sus propias limitaciones; la teoría de que nadie echa de menos lo que no conoce es una tontería. En tales circunstancias, sería extraño que uno no se sintiera deprimido de vez en cuando.
Por supuesto, una depresión que se prolonga indefinidamente, sin explicación razonable, no debe considerarse como reacción inevitable de la incapacidad. La depresión puede ser un síntoma de cualquier enfermedad, o constituir por si misma una condición clínica.
La incapacidad repentina va casi siempre seguida de una devastadora depresión. Como resultado de una enfermedad inesperada, o de un accidente, tu cuerpo, sólido y familiar, se convierte en incompleto y ajeno. El destino ha intervenido, cortando, mutilando o paralizando una parte de uno mismo que siempre se dio por segura. Después del primer impacto, suele venir la incredulidad. ¡Esto no me puede estar pasando a mí! Pero este estado no dura mucho; antes o después, resulta imposible negar que de ahora en adelante todo va a ser diferente. Es imposible seguir mirando hacia atrás, recordando el pasado, tranquilo y seguro. Es igualmente imposible mirar hacia delante : el futuro es impensable. La profunda desesperación que sigue se puede comparar con un luto; nada puede compensar la pérdida.
Hay que adaptarse y el cambio de actitud se produce de una forma tan gradual que uno ni se da cuenta, pero en cierto punto comienzas a comprender que un trastorno en un área de tu vida no afecta necesariamente a todas las demás áreas. Comienzas a comprender que, a pesar de lo que le pasó a tu cuerpo, aún conservas tu identidad. Tu mente y tu cuerpo ha asimilado y se han adaptado a las nuevas circunstancias. La depresión a pasado. Te sientes preparado para afrontar el futuro.
Un estado de depresión más corriente, compartido por los no discapacitados, ataca durante ciertos periodos en lo que todo va mal. La pérdida de empleo, problemas familiares, una crisis sentimental o cualquier tensión puede dispararla. A muchas personas, la combinación de una desgracia externa y una limitación crónica les va mermando la voluntad. Pero es importante distinguir si los problemas son consecuencia de la incapacidad o habrían surgido de todas formas. Es demasiado tentador adoptar la salida fácil y echarle la culpa a la incapacidad, pero esto hace más confuso el caso, en un momento en que todas las facultades deberían concentrarse en resolver, no en complicar, el verdadero problema.
Ciertas incapacidades traen aparejado un dolor constante. La incomodidad, la pérdida de fuerza y la lucha por intentar seguir adelante son factores depresivos que no se pueden hacer desaparecer. Sin embargo, se les puede reconocer como lo que son. La fortaleza, llevada a sus extremos, hace más mal que bien, así que no hay que ser demasiado duro con uno mismo. Y no hay que ocultar los sentimientos. Es más saludable quejarse en voz alta que sufrir y resentirse en silencio.
En ocasiones, se puede combatir la depresión con acción; convertir la depresión en fuerza útil y luchar contra aquello que se puede controlar: las barreras hechas por el hombre, que hacen tan difícil la vida diaria; o las actitudes sociales basadas en el prejuicio, la falta de imaginación o la falta de experiencia.
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Maritza
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