sábado, 16 de enero de 2010

Familias solidarias

Historias de vida de matrimonios, con o sin hijos, hermanos y grupos familiares que se ponen al servicio de los más necesitados. Qué los motivó y cuáles son sus experiencias al compartir el trabajo social


Armar cajas navideñas, donar juguetes al hogar del barrio, adoptar chicos con discapacidad, acoger niños sin familia en sus casas los fines de semana, inaugurar un merendero, usar las vacaciones para ayudar en poblaciones vulnerables o incluso fundar una organización social. Cada una de esas acciones es realizada por familias enteras, matrimonios, grupos de hermanos o primos, que además de estar unidos por lazos políticos o de sangre, comparten experiencias solidarias.


A la hora de brindarse a los demás en familia, no existen recetas; puede ser una acción aislada o un compromiso a largo plazo, que pasa de generación en generación.

En Acassuso, casi sobre las vías del tren, las primeras cuadras de la calle Manzone encierran una historia de amor familiar y entrega que ya atraviesa a tres generaciones. Los Murall, un matrimonio de clase media, vivían al 400 de la calle Manzone junto con sus cinco hijos. Roberto, el padre, fue empleado público hasta jubilarse y Blanca, su mujer, ama de casa. "Yo era una buena persona pero nunca había hecho nada extraordinario. Vivía para mis hijos y mi casa, y con eso sentía que cumplía. Un día una amiga me preguntó si en vez de jugar tanto a la canasta no quería ir a un hogar a ver si necesitaban algo. Y entonces fuimos al Cottolengo Don Orione. En cuanto entré, Javier, un chico con síndrome de Down que en ese entonces tenía 6 años, se me prendió de la pierna y para mí fue una señal. Hasta que no lo llevé a casa no paró. A los 6 meses ya lo habíamos adoptado", recuerda Blanca, hoy con 74 años.

Fermín Murall, el más joven de los hermanos, tenía cerca de 14 años cuando dejó de ser el más pequeño de la casa. "Cuando mamá y papá decidieron entregar su vida al tema social, se puso en funcionamiento un modelo familiar centrado en el compartir, que si bien antes funcionaba, se terminó de aceitar. En ese devenir empezó a crecer la familia, con hermanos nuevos que fueron llegando, pero todo fue bastante natural y lento. No fue una situación planificada y por eso la fuimos incorporando. Para nosotros fue una manera de empezar a poner más la mirada en el otro y sus necesidades", explica Fermín.

Los espacios de la casa familiar se empezaron a llenar con las sonrisas y los abrazos de Javier, y con los años también con los de Luis, Olga, Angelita, José y Martín, hasta que los Murall pasaron a tener once hijos, cinco biológicos y seis adoptados, con algún retraso mental.
"En ese entonces, mis hijos que eran adolescentes me plantearon que quizás era mejor dejar de adoptar y que les parecía mejor armar algo para que estos chicos pudieran seguir viviendo con sus familias de origen pero con mejores apoyos", recuerda Blanca, sentada en el jardín de la casa a la que el matrimonio se mudó, en Manzone al 501, para sentar las bases de la Fundación Nosotros, un hogar que hoy alberga a 16 personas con discapacidad y que atiende por día, a más de 150 familias.


La obra se hizo tan grande, que hoy en sus varias sedes tienen tres centros de día, un centro de formación laboral, un centro de rehabilitación en Escobar y el año próximo están trabajando para abrir un Centro de Educación Inclusiva.

Fermín es actualmente el director de la fundación en la que - casualmente- conoció a su mujer. "Mi familia tiene clarísima esta decisión de vida y conoce cuáles son los valores que impulsamos. Tenemos tres hijos pero que todavía son chicos para sumarse. El más grande tiene 13 años pero igual yo creo que la fundación en sí tiene su propio valor, más allá de la gente que participe. Ellos lo decidirán más adelante", concluye.

Hace algunos años, cuando falleció su marido, Blanca decidió mudarse a un departamento enfrente a la fundación y delegar su obra en sus hijos y su nieto Francisco Murall. Sus 4 hijos adoptivos siguen viviendo en el hogar. "Mis primeros recuerdos involucran tardes de juegos con mi tío Javier, el primer hijo adoptivo de la familia. A los 14 años yo era muy inquieto y mi viejo me preguntó si no quería ir a ayudar a la colonia de verano como voluntario en la fundación. Lo hice durante cuatro años y eso me sirvió para conocer a los chicos y a todo lo que tenía que ver con la fundación", dice Francisco, de 25 años, que hoy trabaja en la fundación de cadete y colabora con todo lo que sea necesario.
"Un buen creador sienta las bases y luego se va. Yo hubiera agrandado el hogar porque soy madraza, pero llegaron mis hijos con nuevas ideas y ahora están armando la escuela. Que mi nieto se esté involucrando con la fundación significa que no pierde su espíritu familiar", dice Blanca mientras juega con los chicos que dibujan en el comedor.


Mayor encuentro


"El que abre la mano para dar también la tiene abierta para recibir", sostiene Paola del Bosco, filósofa y profesora del área Empresa, Sociedad y Economía de la Escuela de Negocios de la Universidad Austral. Para Del Bosco la actitud solidaria de los padres invita a que los hijos la repliquen y compartir esta actividad es un modo de que la familia esté presente en la sociedad como unidad social. "El proceso educativo de un niño está incompleto si no aprende a ponerse a disposición de las necesidades del otro. Es importante que cada uno pueda asumir activamente su protagonismo de dejar algo para las futuras generaciones. Y es aún más fuerte cuando uno lo puede compartir con gente del mismo origen con la que tiene un espíritu común", asegura Del Bosco.


Para esta filósofa, la cultura contemporánea se caracteriza por la búsqueda de un mayor encuentro con el otro y una mayor conciencia de la integración.
"En la Argentina la solidaridad se acentúa en los momentos de crisis pero es algo que está empezando a asentarse en las bases. Conozco casos de familias que pasan dos semanas con comunidades aborígenes y se adaptan a su cultura o grupos de jóvenes que hacen viajes solidarios para ayudar a los más necesitados. Estas son instancias de aprendizaje fortísimas", reflexiona Del Bosco.

Un estudio sobre el compromiso ciudadano de los argentinos, realizado los últimos tres meses de 2009 por DatosClaros, señaló que el 40 % de los encuestados se considera una persona algo solidaria.


Cerca del 80% donó ropa o alimentos en ese período; el 65 % donó un vuelto de su compra en un supermercado o en una farmacia frente a campañas de bien público. Sin embargo, apenas el 21% de los ciudadanos participó como voluntario en alguna organización social o institución pública.
Para aumentar este porcentaje, el Merendero El Maná (Pan del Cielo) que funciona en la casa de la familia Moreyra y da de comer a 200 chicos, invita a todos los que quieran sumarse a colaborar.
Calles de tierra, casas rotas y despintadas, una canilla comunitaria por falta de agua potable. Chicos descalzos jugando en la calle. Hasta ahí un barrio más del conurbano bonaerense y su contexto humilde. Sin embargo, una de las puertas de aquellas casas se diferencia por un cartel escrito a mano que dice: "Hoy 5.30 festejamos Reyes, están todos invitados. Firma: Merendero El Maná".
"Ya en 2001 con el hambre que había en el barrio, y porque sabían que mi marido tenía trabajo, nos venían a pedir. Y empezamos sacando de la alacena hasta que un día nos dimos cuenta que con eso no alcanzaba. Y así abrimos el merendero acá, adentro de mi casa",
explica Delicia, una señora morocha, petisa y sonriente que no para de trabajar.

Por falta de espacio, el merendero de a ratos se convierte en comedor, sala de apoyo escolar y alberga otros proyectos en carpeta que van saliendo a fuerza de voluntad y de pedir. "La realidad es necesidad en este barrio", cuenta Roberto, su marido. "A este lugar vienen los chicos con hambre y con ganas de mesa familiar, y los recibimos con los brazos abiertos", dice.
No están solos. Además de las mamás que colaboran y de un amigo policía que les esta armando el tinglado en el fondo para seguir creciendo, están sus hijas que buscan el pan dulce y sirven el jugo.
"El merendero está para compartir ese amor que quizás de chicos no tuvimos. Lo que queremos es que este esfuerzo sea un ejemplo para nuestras hijas, porque el día de mañana son ellas las que van a seguir con esto", dice Roberto, con orgullo. Empezar por casa

Como la caridad también la solidaridad bien entendida empieza por casa. "Así, una familia capaz de sumarse a un proyecto solidario, o de emprender y sostener uno por propia iniciativa, seguramente ha comenzado por generar en su mismo seno una vivencia y un conocimiento intransferible de la solidaridad", sostiene el escritor Sergio Sinay. Y agrega que "cuando una familia emprende o forma parte de este tipo de proyectos solidarios, trasciende el simple dato biológico de su origen y su constitución. Entonces da con su para qué, hace del mundo un lugar un poco mejor y nos recuerda que somos parte de una totalidad que es más que la simple suma de sus partes. Este tipo de familias honra, en fin, una condición humana esencial. En lugar de vivir en un mundo de ellos y nosotros, vive en un mundo de ellos con nosotros. No fragmenta, integra".

Este es el caso de los hermanos Martín (33 años), Pablo (25 años) y Lucas (22 años) Gómez, que empezaron hace 13 años a transitar juntos el camino de la música. Oriundos de Villa Allende, Córdoba, fundaron allí la banda Rosas y Espinas con una idea bien clara: querían hacer pensar a los adolescentes y jóvenes sobre la importancia de comprometerse con las necesidades de los demás.
"Nosotros siempre cantamos sobre esta otra realidad positiva que nadie aparentemente quiere mostrar. Hay otras cosas que matarse viviendo para ganar plata. Sentir que lo que hace está motivado por el bienestar de las personas es una gratificación muy grande. Porque uno vive de lo que le gusta hacer pero además recibe otra paga que es la respuesta de la gente", dice Martín, el mayor de los hermanos y líder de esta banda que ya grabó su tercer disco Tiempo de silencio. Luego de algunos años de difundir sus mensajes esperanzadores a través de la música, estos tres hermanos sintieron que el escenario les quedaba chico, y que tenían que poner ellos mismos manos a la obra. Se juntaron con unos amigos y fans para charlar de los temas que más los preocupaban hasta que finalmente decidieron empezar por algo. "En Villa Allende había muchas plazas que eran invadidas por adolescentes por las noches para tomar alcohol o fumar marihuana y durante el día no eran aprovechadas por los chicos para jugar. Entonces fuimos a pintarlas, a cortarles el pasto y organizamos para tocar al aire libre", recuerda Martín.

Los Gómez pueden hacer lo que muchos ansían: vivir de la música. Tienen su banda, dan clases de música y además pusieron un estudio de grabación. Martín destaca principalmente el rol de sus padres en este proyecto que define como familiar. "Mis viejos son los mentores de todo esto. Mi viejo siempre tuvo esta actitud de ayudar y nos transmitió sus principios bien claros. Yo canalicé estos valores por medio de la música. Mi vieja es de alguna manera la que sostiene todo. Ellos nos apoyan desde todos los lugares posibles", agrega Martín.

En 2003 fundaron la ONG Rosas y Espinas, que hoy está formada por 30 jóvenes y adolescentes (y algunos más que participan virtualmente) y que tuvo como primera iniciativa el Proyecto Multidisciplinario Interbarrial cuyo objetivo es acercar actividades culturales a barrios de escasos recursos que tienen poco acceso a esos estímulos culturales.
"El año pasado creamos la Academia Solidaria de Artes dirigida a que chicos de 12 a 18 años que están fuera del sistema educativo y no tienen plata para pagarse estudios de instrumentos y danzas coreográficas puedan realizarlos igual. Además de la clases, los chicos tienen una materia obligatoria que se llama "Consolidación de valores" en donde hablamos de temas como el aborto, el embarazo adolescente y el matrimonio", explica Martín.

Para participar de la Academia los chicos tienen que ser parte de la ONG, entender su filosofía y también participar de sus actividades. "Hay que dar y recibir. Por suerte se juntó gente muy copada, linda, con ganas de sentirse útil y crecer", concluye Martín. ¿Por qué no?

Los Silveyra son una familia numerosa -mamá, papá y siete hijos- y un día hace casi siete años, sin pensarlo mucho, recibieron en su casa a Milagros, entonces de cuatro años.
"Hace seis años y medio una familia amiga acompañaba a una mamá muy necesitada y enferma con sus siete hijos. A la madre hubo que internarla y varias familias nos ocupamos de sus hijos, hasta que se pudiera encontrar un lugar para todos juntos", explica César.

Cuando César les contó a su mujer Celina y a sus hijos sobre esta posibilidad, pensaron que les iba a ser imposible hacerse cargo de los chicos. "Ya teniendo tantos hijos propios me parecía muy complicado. Pero fueron mis hijos mismos quienes me preguntaron: ¿por qué no?", relata Celina.
Primero con Milagros y después con su hermana menor, sus hijos fueron aprendiendo a compartir cuarto, ropero y padres.

Un día el juez decidió ubicar a Milagros junto con sus hermanos en el Hogar de Niños Ricardo Servente de la fundación Manos Abiertas. Hoy, con sus 11 años, comparte fiestas, feriados, vacaciones y los momentos que ella decida con su familia agrandada.
"Lo que cambió fue la asiduidad de contacto pero no perdimos la perseverancia en el acompañamiento", expresa César. "Estos chicos tienen una resiliencia impresionante a pesar de su difícil contexto. Si se sienten queridos, siguen floreciendo. Hay que estar cerca y sostener en el tiempo, ya que tienen huellas fuertes. Nos sorprende ver cómo una chica como Milagros, con todo lo que vivió, puede ser tan buena, cariñosa, buena alumna", reflexiona Celina.

La mamá de Celina también es parte de este compromiso ya que en todo momento los apoyó y sostuvo económicamente el colegio de Mili y su hermana. "Yo para ellas soy su abuela. Acá han sentido cariño de hogar y de familia", dice Baby, como le dicen cariñosamente.
Francisca, la hija mayor de los Silveyra, explica que "desde siempre la solidaridad la aprendimos sintiendo que es parte de la vida, fuimos creciendo con eso. Para mí es pura ganancia y me da mucha libertad. Yo siento que la verdadera revolución se produce desde el amor, desde esta manera de aportar a la sociedad. Y no me interesa que digan que somos una familia solidaria. Deseo que las cosas estén mejor, y ésta es una de las maneras para lograrlo", agrega la joven, que desde su niñez, está acostumbrada a ver a sus padres involucrados con acciones sociales.
Roberto y Delicia Moreyra, los hermanos Gómez, los Silveyra y los Murall son claros ejemplos de los frutos conseguidos al compartir la solidaridad en familia.
"Que esto sirva para que otros se contagien. Ser comprometido te agranda el corazón", sintetiza Celina con su hija menor en brazos.

Por Florencia Saguier y Micaela Urdinez De la Fundación LA NACION

Contactos
Fundación Nosotros:
www.fundacionnosotros.org.ar
El Maná: 03327-455889
Rosas y Espinas:
www.rosasyespinas.com

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